Los trabajos de Persiles y Segismunda by Miguel de Cervantes Saavedra

Los trabajos de Persiles y Segismunda by Miguel de Cervantes Saavedra

autor:Miguel de Cervantes Saavedra [Cervantes Saavedra, Miguel de]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 1617-01-01T03:00:00+00:00


Capítulo diez y nueve del segundo libro

Cuenta Renato la ocasión que tuvo para irse a la isla de las Ermitas

UANDO los trabajos pasados se cuentan en prosperidades presentes, suele ser mayor el gusto que se recibe en contarlos, que fue el pesar que se recibió en sufrirlos. Esto no podré decir de los míos, pues no los cuento fuera de la borrasca, sino en mitad de la tormenta. Nací en Francia; engendráronme padres nobles, ricos y bien intencionados, criéme en los ejercicios de caballero; medí mis pensamientos con mi estado; pero, con todo eso, me atreví a ponerlos en la señora Eusebia, dama de la reina en Francia, a quien sólo con los ojos la di a entender que la adoraba, y ella, o ya descuidada o no advertida, ni con sus ojos ni con su lengua me dio a entender que me entendía; y, aunque el disfavor y los desdenes suelen matar al amor en sus principios, faltándole el arrimo de la esperanza, con quien suele crecer, en mí fue al contrario, porque del silencio de Eusebia tomaba alas mi esperanza con que subir hasta el cielo de merecerla. Pero la invidia, o la demasiada curiosidad de Libsomiro, caballero asimismo francés, no menos rico que noble, alcanzó a saber mis pensamientos, y, sin ponerlos en el punto que debía, me tuvo más invidia que lástima, habiendo de ser al contrario; porque hay dos males en el amor que llegan a todo estremo: el uno es querer y no ser querido; el otro, querer y ser aborrecido; y a este mal no se iguala el de la ausencia, ni el de los celos.

»En resolución, sin haber yo ofendido a Libsomiro, un día se fue al rey y le dijo cómo yo tenía trato ilícito con Eusebia, en ofensa de la majestad real y contra la ley que debía guardar como caballero, cuya verdad la acreditaría con sus armas, porque no quería que le mostrase la pluma, ni otros testigos, por no turbar la decencia de Eusebia, a quien una y mil veces acusaba de impúdica y mal intencionada. Con esta información alborotado el rey, me mandó llamar, y me contó lo que Libsomiro de mí le había contado; disculpé mi inocencia, volví por la honra de Eusebia; y, por el más comedido medio que pude, desmentí a mi enemigo. Remitióse la prueba a las armas; no quiso el rey darnos campo en ninguna tierra de su reino, por no ir contra la ley católica, que los prohíbe; diónosle una de las ciudades libres de Alemania; llegóse el día de la batalla; pareció en el puesto, con las armas que se habían señalado, que eran espada y rodela, sin otro artificio alguno; hicieron los padrinos y los jueces las ceremonias que en tales casos se acostumbran; partiéronnos el sol, y dejáronnos. Entré yo confiado y animoso, por saber indubitablemente que llevaba la razón conmigo y la verdad de mi parte. De mi contrario, bien sé yo que entró animoso, y más soberbio y arrogante que seguro de su conciencia.



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